domingo, 16 de marzo de 2014

EL GRECO: EL ENTIERRO DEL CONDE ORGAZ

El Greco fue un artista de finales del Renacimiento, y del Cinquecento por lo tanto, que desarrolló un estilo muy personal en sus obras de madurez.
Su nombre real era Doménico Theotocópoulos pues era originario de Grecia, por ello se conocía con su sobrenombre de “el Greco” que significa “el griego”.
Nació en Candía (Creta) en 1541, que pertenecía a la República de Venecia. El Greco representa un caso único en la evolución de la historia del Arte: hasta 1567, trabajo en Creta como pintor de iconos a la manera postbizantina y llegó a ser maestro pintor, de aquella época conocemos ‘La Adoración de los Magos’. Tras conseguir ese título de Maestro, en 1567 viajó a Venecia, donde residió hasta 1570: allí fue discípulo de Tiziano y pudo aprender su estilo y el dominio del arte del Renacimiento en su empleo del color, la perspectiva, la anatomía y la técnica del óleo, aunque sin abandonar sus usos tradicionales.
Tras un viaje de estudios por Italia se instaló en Roma, donde permaneció hasta 1576, en contacto con el círculo intelectual del Cardenal Alessandro Farnese. Allí también estudió el manierismo y la obra de Miguel Ángel. En 1572 fue expulsado de la servidumbre del Cardenal e ingresó, con derecho a abrir su propio taller, en la asociación gremial romana, la Accademia di San Luca.
En 1576, El Greco se traslada a Madrid. Recibe encargos de Felipe II, que entonces desarrollaba la gran obra de El Escorial. Entre otras, pintó para el rey ‘El Martirio de San Mauricio’, una obra que no fue del agrado del monarca.
El Greco se establece en Toledo en 1577, ciudad en la que vivirá sus mejores años como artista. Conforme avanza su vida en Toledo, su pintura se hace cada vez más subjetiva e intelectual, allí alcanzó la madurez pictórica fruto de su paso por Italia y por los talleres de los mejores pintores de la época. Su taller gozó de gran actividad.
Algunas de sus principales obras son: Laocoonte y sus hijos, La ascensión, La santísima trinidad o El bautismo de Cristo.
La obra recibe influencias de los “Santos Entierros de Cristo” de Tiziano.
El origen del cuadro hay que situarlo en un encargo de Andrés Núñez de Madrid, párroco de Santo Tomé, que realiza el encargo a El Greco en 1586 para que pinte un lienzo que iba a ir situado en una capilla lateral de la Iglesia de Santo Tomé en memoria del benefactor de este templo, muerto dos siglos y medio antes, en 1323 y enterrado en la Capilla de la concepción de esta iglesia.
Ese cuadro tenía que representar el milagro que ocurrió en aquella iglesia cuando se iba a enterrar a Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de Orgaz, en ese momento bajaron del cielo San Agustín y San Esteban y lo entierran ellos mismos en reconocimiento de la generosidad que este noble había mostrado en vida hacia estos santos.
La obra no se movió de su emplazamiento original, por lo que goza de un excelente estado de conservación, hasta 1975, cuando fue desmontada y separada en una estancia del resto del templo para que las visitas no impidieran el culto.
Esta obra se sitúa dentro del estilo manierista. El manierismo es un estilo de transición entre el Renacimiento y el Barroco, creado recientemente y caracterizado sobretodo en pintura, por su excesivo refinamiento, morbidez y sensualidad reflejadas en el estudio de desnudos, la elección de colores, el leve alargamiento de las figuras… y la llamada línea serpentinata, que forman las espaldas y caderas de las figuras, levemente torcidas dando impresión de suave movimiento. El retrato está como alejando al retratado del espectador. Busca lo no convencional, incluso lo inquietante. Cronológicamente abarca de 1520 a fin de siglo.
La técnica empleada es la del óleo sobre lienzo se trata de una mezcla de resinas y aceites con pigmentos, normalmente de origen vegetal. Las dimensiones son de 4,6 x 3,6 m.
En cuanto a la composición el cuadro está  formado por dos escenas basadas en la idea es crear dos mundos, el terrenal en la parte inferior y el celestial en la superior.
Atendiendo a la parte inferior, se representa en ella la escena del entierro. Predominan el luto y la seriedad, también es destacable que todos los labios están sellados. En esta parte pueden diferenciarse dos planos de caballeros.
Los personajes más importantes del primer plano son:
El señor de Orgaz, representado con una lujosa armadura y no humildemente como sucedería en realidad, que va a ser depositado en el sepulcro. Éste es sujetado por San Esteban (izquierda), en cuya túnica se representa su propio martirio y San Agustín (derecha) en cuya túnica hay retratados una serie de santos. Ambos llevan ropajes muy adornados y bordados en oro.                                                                                                                                                                                 El cura con roquete, que está de espaldas, hace caso omiso al entierro y contempla la introducción del alma en el cielo; el cura que celebra el funeral que sin duda representa a Andrés Núñez, párroco de santo Tomé, y un fraile franciscano.                                                                    Por último destaca la figura del niño en la que el Greco retrata a su hijo Jorge Manuel, este no sigue la ceremonia con gran atención y parece que señala la flor de la túnica de san Esteban o quizá al personaje central del cuadro. De su bolsillo sale un papel en el que se lee “Domenico Theotocopuli 1578” año del nacimiento del niño.
En el segundo plano hay una fila de caballeros formada por una serie de personajes reales contemporáneos del autor, esto supone el primer retrato colectivo de la historia del arte español. Hay que destacar al único caballero que mira al frente, que se trata de un autorretrato del autor.                                                                                                                                       Existe un anacronismo e inverosimilitud con la mezcla de personajes ya que se llevan más de 200 años con el señor de Orgaz que había muerto mucho antes.
En cuanto a la parte superior, representa una visión divina del mundo celestial donde irá el alma del difunto.
La figura central es la de Jesucristo resucitado que ordena a san Pedro, a su derecha, que abra las puertas del cielo para el alma que llega; debajo se encuentran a un lado la Virgen María vestida de rojo y azul en disposición de acoger al alma y al otro san Juan Bautista.  En la parte de abajo se encuentra un ángel que sujeta el alma del conde, representada en forma de feto o crisálida que se introduce al mundo celestial mediante una entrada en forma de útero. A la derecha del cuadro hay un grupo que mira con adoración a Dios y debajo de estos un grupo de tres personas. En la parte izquierda aparecen diversas figuras del Antiguo Testamento.
Haciendo referencia a los aspectos técnicos de la obra:
Debido al estilo manierista que utiliza el autor se aprecian: un alargamiento de las figuras, que son más bien estáticas, con lo que pretende la búsqueda de la belleza mediante la estilización; el uso de figuras serpentinatas (figuras retorcidas que buscan extraños escorzos); y un cierto “horror vacui”.
En la parte inferior hay una composición circular y  destaca la composición romboidal de la escena superior, con Cristo, la Virgen, San Juan y el ángel, en los vértices del rombo.
Los colores de las dos partes en las que se divide el cuadro también se encuentran muy diferenciados. En la parte inferior destacan colores primarios como el blanco y el negro  y terciarios como el dorado. Y en la parte superior hay un gran contraste entre colores como el gris (secundario) y el blanco; y el azul y el rojo (primarios). Los tres primeros se tratarían de colores fríos y el último es un color cálido. Se emplea la técnica del sfumatto  que consiste en la difuminación de las capas pictóricas para dar sensación de profundidad).
La luz en la parte terrenal procede de las seis antorchas y de los ropajes mientras que en la parte celestial emana de las vestiduras de los personajes, otorgados por colores como el rojo, dorado o naranja y de una fuente indefinida.
También se aprecian calidades táctiles en la minuciosidad con la que están representados los ropajes de ambos santos y el roquete que viste el cura.
La perspectiva del cuadro es aérea, pues los elementos más alejados se ven más borrosos, sin embargo hay una falta de estudio de la perspectiva y el espacio, esto es una característica del manierismo típica de El Greco.
En definitiva esta obra constituye la cumbre del renacimiento español en cuanto a pintura. Transmitiéndonos por una parte la tristeza, el dolor y en ocasiones la indiferencia de algunos personajes en el entierro que se está representando en el mundo terrenal frente a la esperanza al entrar el alma al nuevo mundo, el celestial.

Algunos autores la han definido como “no sólo es la obra cumbre de El Greco, sino la obra maestra de toda la pintura”.

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