Este es un cuadro de Rubens que retrata una escena mitológica de gran
violencia y dramatismo. Representa un episodio de la mitología clásica en el
cual Cástor y Pólux, hijos de Zeus y Leda, hermanos de Helena de Troya, raptan
a las hijas del rey de Mesania, Hilaíra y Febe, para desposarlas; todo ello
ayudados por Eros, el dios del amor. Paradójicamente, este suceso de tal
brutalidad llevó a una felicidad posterior, siendo Cástor y Pólux maridos
ejemplares.
Se puede apreciar la influencia del Rapto de las Sabinas, grupo
escultórico realizado por Juan de Bolonia.
En cuanto a su autor, Peter Paul Rubens fue un pintor flamenco que con
su arte se manifestó a favor de la Contrarreforma cristiana. Nació en Siegen
Westalia, (actual Alemania) en 1577 e inició su actividad pictórica en Amberes.
Reside en Italia durante algunos años donde se forma y recibe las enseñanzas de
maestros como Tiziano, Varonés o Caravaggio, también visitó España y Francia.
Falleció en 1640 en Flandes y dejó un legado artístico inmenso. Delacroix fue
un gran admirador suyo y lo llamó “Homero de la pintura”.
A su producción pertenecen obras como el Descendimiento de Cristo, Adán y Eva o las Tres Gracias. En todos
ellos podemos observar una serie de
características comunes como son el
gran dinamismo de sus composiciones, figuras (sobre todo femeninas) de anatomías gruesas, la importancia que
le concede a la luz y al color y la
variedad de temáticas que abarcó en sus obras desde el retrato, pasando por
la mitología y concluyendo con las composiciones religiosas.
Pasando a lo técnico, este cuadro fue pintado mediante la técnica del
óleo sobre tabla en 1616 y actualmente se aloja en el museo de Alte Pinakothek
en Munich. Es claramente una obra de contrastes: el contraste entre la
violencia que da lugar a la felicidad, el contraste entre los colores de la
piel terriza de los raptores frente a la piel pálida de las jóvenes, incluso el
de los dos caballos, uno encabritado y el otro sereno.
Su composición es dinámica reforzando la sensación general de teatralidad
que predomina en el cuadro, que es inconfundiblemente barroca y que se da en la
posición de los cuerpos retorcidos y tensos. La organización de los elementos
básicos corresponde a una compleja simetría radial. En un primer plano, Rubens
coloca a los personajes. Observamos a las hermanas en la parte inferior que
aparecen escorzadas. Sus cuerpos trazan dos triángulos, también líneas curvas y
transversales. Además, sirven de excusa para pintar desnudos femeninos que eran
infrecuentes durante la época.
Cástor y Pólux son los que acaban de componer el resto de las líneas,
remarcando la diagonalidad entrelazada predominante gracias sobre todo al
caballo encabritado, en ambos vemos claros escorzos laterales. Le dan a la imagen
la diagonalidad en aspa. Se aprecia a Eros en el fondo que mira al espectador
directamente haciéndolo partícipe de la obra.
La luz es un elemento imprescindible en Rubens. En esta imagen
proviene del cielo, es decir, es un foco exterior, y se proyecta sobre los
personajes para formar un conjunto de sombras que se aprecia en la esquina
inferior izquierda. También las carnes sonrosadas de las muchachas emiten luz y
es a lo primero a lo que se dirige nuestra mirada cuando observamos el cuadro.
En la utilización de los colores, el más influyente maestro de Rubens
fue Tiziano. Los colores contrastan entre ellos donde el más importante es la
dicotomía entre los raptores y las raptadas, pero también entre los colores
cálidos como el rojo de las túnicas, el dorado de los cabellos de las muchachas
frente a los fríos como el verde y el azul, también los ocres y pardos de los
pelajes de los caballos. Se aprecia la maestría con la que Rubens pinta las
distintas calidades como los ropajes, la armadura de uno de los hermanos o la
sutilidad de las joyas en las hijas.
El escenario en el que se sitúa la obra es un paisaje idílico, un
locus amoenus, con una línea baja en el horizonte para no quitarles
protagonismo a los personajes.
En este cuadro también se utiliza el ideal barroco de belleza, tanto
femenino como masculino. Cástor y Pólux son rudos, violentos, musculosos y de
piel tostada, símbolo de virilidad. Helaíra y Febe, en cambio, son de formas
ampulosas, cuerpos frágiles y pieles blanquecinas, ideales de gracia y delicadeza.
Es un cuadro con distintas interpretaciones y simbologías, pero entre
ellas destaca el oxímoron de un ímpetu y fuerza bruta inicial que conduce a la
felicidad, vehemencia que es frenada por el amor. Una alegoría matrimonial en
toda regla.
En conclusión, el Rapto de las
Hijas de Leucipo es una obra trascendente en el tiempo tanto por su
dramatismo o su fuerte intención de incorporar dentro del cuadro al espectador.
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