lunes, 17 de marzo de 2014

El rapto de las hijas de Leucipo

Este es un cuadro de Rubens que retrata una escena mitológica de gran violencia y dramatismo. Representa un episodio de la mitología clásica en el cual Cástor y Pólux, hijos de Zeus y Leda, hermanos de Helena de Troya, raptan a las hijas del rey de Mesania, Hilaíra y Febe, para desposarlas; todo ello ayudados por Eros, el dios del amor. Paradójicamente, este suceso de tal brutalidad llevó a una felicidad posterior, siendo Cástor y Pólux maridos ejemplares.
Se puede apreciar la influencia del Rapto de las Sabinas, grupo escultórico realizado por Juan de Bolonia.
En cuanto a su autor, Peter Paul Rubens fue un pintor flamenco que con su arte se manifestó a favor de la Contrarreforma cristiana. Nació en Siegen Westalia, (actual Alemania) en 1577 e inició su actividad pictórica en Amberes. Reside en Italia durante algunos años donde se forma y recibe las enseñanzas de maestros como Tiziano, Varonés o Caravaggio, también visitó España y Francia. Falleció en 1640 en Flandes y dejó un legado artístico inmenso. Delacroix fue un gran admirador suyo y lo llamó “Homero de la pintura”.
A su producción pertenecen obras como el Descendimiento de Cristo, Adán y Eva o las Tres Gracias. En todos ellos podemos observar una serie de características comunes como son el gran dinamismo de sus composiciones, figuras (sobre todo femeninas) de anatomías gruesas, la importancia que le concede a la luz y al color y la variedad de temáticas que abarcó en sus obras desde el retrato, pasando por la mitología y concluyendo con las composiciones religiosas.
Pasando a lo técnico, este cuadro fue pintado mediante la técnica del óleo sobre tabla en 1616 y actualmente se aloja en el museo de Alte Pinakothek en Munich. Es claramente una obra de contrastes: el contraste entre la violencia que da lugar a la felicidad, el contraste entre los colores de la piel terriza de los raptores frente a la piel pálida de las jóvenes, incluso el de los dos caballos, uno encabritado y el otro sereno.
Su composición es dinámica reforzando la sensación general de teatralidad que predomina en el cuadro, que es inconfundiblemente barroca y que se da en la posición de los cuerpos retorcidos y tensos. La organización de los elementos básicos corresponde a una compleja simetría radial. En un primer plano, Rubens coloca a los personajes. Observamos a las hermanas en la parte inferior que aparecen escorzadas. Sus cuerpos trazan dos triángulos, también líneas curvas y transversales. Además, sirven de excusa para pintar desnudos femeninos que eran infrecuentes durante la época.
Cástor y Pólux son los que acaban de componer el resto de las líneas, remarcando la diagonalidad entrelazada predominante gracias sobre todo al caballo encabritado, en ambos vemos claros escorzos laterales. Le dan a la imagen la diagonalidad en aspa. Se aprecia a Eros en el fondo que mira al espectador directamente haciéndolo partícipe de la obra.
La luz es un elemento imprescindible en Rubens. En esta imagen proviene del cielo, es decir, es un foco exterior, y se proyecta sobre los personajes para formar un conjunto de sombras que se aprecia en la esquina inferior izquierda. También las carnes sonrosadas de las muchachas emiten luz y es a lo primero a lo que se dirige nuestra mirada cuando observamos el cuadro.
En la utilización de los colores, el más influyente maestro de Rubens fue Tiziano. Los colores contrastan entre ellos donde el más importante es la dicotomía entre los raptores y las raptadas, pero también entre los colores cálidos como el rojo de las túnicas, el dorado de los cabellos de las muchachas frente a los fríos como el verde y el azul, también los ocres y pardos de los pelajes de los caballos. Se aprecia la maestría con la que Rubens pinta las distintas calidades como los ropajes, la armadura de uno de los hermanos o la sutilidad de las joyas en las hijas.
El escenario en el que se sitúa la obra es un paisaje idílico, un locus amoenus, con una línea baja en el horizonte para no quitarles protagonismo a los personajes.
En este cuadro también se utiliza el ideal barroco de belleza, tanto femenino como masculino. Cástor y Pólux son rudos, violentos, musculosos y de piel tostada, símbolo de virilidad. Helaíra y Febe, en cambio, son de formas ampulosas, cuerpos frágiles y pieles blanquecinas, ideales de gracia y delicadeza.
Es un cuadro con distintas interpretaciones y simbologías, pero entre ellas destaca el oxímoron de un ímpetu y fuerza bruta inicial que conduce a la felicidad, vehemencia que es frenada por el amor. Una alegoría matrimonial en toda regla.

En conclusión, el Rapto de las Hijas de Leucipo es una obra trascendente en el tiempo tanto por su dramatismo o su fuerte intención de incorporar dentro del cuadro al espectador.

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